La convivencia en el contexto escolar

Reflexionando acerca de las conductas de algunos estudiantes, un psicólogo muy amigo me dijo una frase que cambió mi perspectiva frente a la interacción entre estudiantes y maestros dentro de la escuela: “el colegio es una mini sociedad para cada uno de los alumnos, el modo en que se comporten dentro de la escuela será la forma en que se regulen cuando salgan a la vida”.

Antes de ingresar a la escuela o al sistema escolar, los niños aprenden en su primera infancia a relacionarse con los otros, desde el reconocer en sus padres la figura de seguridad y atención a sus necesidades hasta el rápido aprendizaje de conductas y habilidades que le permitirán en un futuro socializar con las demás personas.  Es así que en las experiencias de interacción con su círculo más cercano se darán estas primeras manifestaciones de socialización cuando es capaz de jugar con los abuelos, prestar un juguete a su hermanito, compartir una golosina, participar de alguna celebración familiar, esperar su turno, etc.  Es decir, el primer aprendizaje de convivencia se da en la familia pues es donde se van modelando sus modos de interactuar con los demás.

Es indudable que los niños salen del seno familiar y su primer contacto con otros es la escuela.  Desde los primeros años de formación, se orienta y motiva a los niños a convivir de manera armónica con los demás, no solo con sus compañeros, sino también con sus maestros y los adultos que lo acompañan.  Esta convivencia le permitirá primero conocerse a sí mismo y descubrir sus propias fortalezas y talentos que se potenciarán cuando las ponga al servicio de los demás.

Es por ello que la convivencia escolar, es decir, el conjunto de relaciones interpersonales dentro de una comunidad educativa, es una construcción cotidiana y colectiva cuyo fin va más allá de seguir un grupo de normas que regulan el comportamiento, sino que buscan la formación integral del estudiante y que esta se vea reflejada en la interacción con los otros.  Es de responsabilidad compartida entre todos los agentes que intervienen en la formación de los estudiantes: padres, maestros y los propios alumnos.

La calidad de estas relaciones interpersonales y de los vínculos que se generen en la comunidad educativa estarán guiados o determinados por cinco elementos básicos que permitirán generar un ambiente seguro para el desarrollo y despliegue de las habilidades y capacidades de los estudiantes.

Estos cinco elementos parten desde la autoestima, que permitirá al estudiante conocerse a si mismo, sus fortalezas y puntos por mejorar, reconocerse como único y especial y, en ese sentido, rechazar cualquier tipo de conducta que lo haga sentir vulnerable.  Por otro lado, el respeto a uno mismo y a los demás generará vínculos seguros y de confianza, delimitados por las normas y límites que nos enmarcarán en un ambiente estructurado donde la percepción de la firmeza es de bienestar propio y común.

Pero, para que la convivencia escolar sea realmente armónica, es fundamental que el estudiante no solo pose la mirada en sí mismo, sino que también sea capaz de reconocer las necesidades del otro, ya sean físicas, sociales o emocionales, y mantenga una actitud de comprensión y compañerismo, es decir, ponerse en los zapatos del otro: empatía.

Finalmente, es inevitable que se den conflictos entre compañeros pues cada uno es diferente y trae consigo particularidades que lo definen como persona.  En ese sentido, la asertividad será lo que lo ayude a resolver las situaciones entablando un diálogo de apertura, comunicando su punto de vista de forma adecuada y respetando el parecer de los demás, evitando agresiones y conflictos.

Para que estos elementos se cumplan, es importante que cada estudiante tenga objetividad en la lectura y mirada de la realidad, es allí donde intervenimos los adultos, padres y maestros, ayudando a cada niño a reconocer la situación, sus acciones y las de los demás. Nuestra guía y más aún, nuestro ejemplo, serán determinantes para orientar sus reacciones y sus modos de interactuar con los otros. Así mismo, es fundamental brindarles confianza, apertura y una estructura que les genere seguridad, en un ambiente de escucha, comprensión y de aprendizaje frente al error.  Este último punto es determinante en la formación de los niños pues, frente a una falta o error, es necesario asumir las consecuencias del mismo como una oportunidad de mejora y aprendizaje, acompañados de la reflexión y reparación.

Finalmente, es importante reconocer que tanto padres como maestros tenemos un objetivo común: formar hombres y mujeres capaces de interactuar con los demás con respeto, tolerancia, generosidad e integridad para que sean agentes activos en la formación de una sociedad mejor y en la búsqueda del bien común.  Acompañémonos en esta misión que es de largo aliento, que tendrá subidas y bajadas pero que, en un futuro no tan lejano, veremos los frutos y recompensas de la firmeza impuesta con cariño en la infancia.

Gabriela Orbegoso Schuler
Coordinadora de Acompañamiento
Lower School – San Pedro

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