Es innegable que desde que empezó la pandemia, aquellos que nunca habían abrazado la ansiedad y los ataques de pánico, debieron aprender a darle la bienvenida y a convivir con ella, dado todo el cúmulo de cosas que se nos vino encima.
Ha pasado ya mucho más de un año y medio y aunque muchos hemos logrado trabajar en nuestras emociones y abrazar nuestros sentimientos, el miedo es algo que permanece como una constante acompañándonos. Miedo al contagio, miedo a que uno de los míos se contagie, miedo a la muerte, miedo a la soledad, miedo a perder el trabajo, miedo de la política y economía, miedo por la educación de mis hijos, miedo del retorno a clases. Y es que, en este último grupo, hay una polaridad, en donde un lado, quiere regresar, pero igual siente miedo.
La educación y los colegios han sabido adaptarse y ofrecer lo mejor de sus equipos en estas circunstancias y vamos dando el todo por el todo. Sin embargo, nadie podrá negar que el sistema presencial siempre tendrá sus ventajas, siempre que fuese como “antes”, pero hoy ya no podemos pensar en ese antes, porque lo que vendrá tampoco podrá ser parecido a lo que era, lo que viene implica una adaptación al cambio y a lo nuevo también.
Debemos hacer un nuevo proceso de concientización, y ajustar los procesos de bioseguridad en casa, retomar hábitos, como ir a la cama temprano, para poder levantarse a tiempo y ser puntuales en llegar al colegio, ser muy firmes en respetar las normas propuestas por el colegio, recoger a tiempo a nuestros hijos también les hablará del respeto y cuidado por ellos y a las normativas, recordemos siempre que se enseña con el ejemplo.
Este cambio pasa desde la modalidad que se decida elegir, por caminos como el sistema híbrido, hasta el cómo será esa presencialidad, presentes pero con distanciamiento físico, más no social.
El distanciamiento físico parece sencillo cuando uno lo dice, sale como si se tratara solo de mantenerse lejos el uno del otro, pero esta es una de las tareas y responsabilidades más importantes del retorno, implica una profundidad emocional muy grande: queremos estar juntos, quisiéramos poder abrazarnos y apachurrarnos por todo este tiempo separados, y no podremos hacerlo. Y en esto, grandes y chicos debemos trabajar en manejar nuestras emociones y aprender a canalizarlas de otras maneras que igual nos permita exteriorizarlas, pero de una manera segura.
Es importante también, recordar que estos miedos que los adultos sentimos, no son ajenos a los niños, pero ellos no siempre están en la capacidad de transmitirlo y comunicarlo como nosotros esperamos. Por ello es importante poner atención al lenguaje corporal de nuestros niños, observarlos con detenimiento cuando conversamos sobre las diversas posibilidades del retorno, preguntarles cómo se sienten y qué les gustaría y que sepan que la decisión esta en ustedes cómo padres, y que lo que papá y mamá decidan siempre será velando por su seguridad y bienestar emocional.
Escuchar a nuestros hijos implica atender a sus necesidades, no presionarlos y respetar sus pequeños procesos y conflictos internos, y no forzarlos a actividades que ellos aún no se sienten listos de enfrentar, ahí radica la importancia de buscar espacios de conversación con los chicos. Además, ayudarlos a reconocer sus emociones, invitarlos a identificarlas, nominarlas y ayudarlos a aprender a manejarlas. Solo se puede llegar a dominar y controlar, aquello que sé que me está sucediendo.
Finalmente recordar que entramos todos en un nuevo periodo, en una nueva etapa, y que debemos poder entrar en ella con una actitud positiva y esperanzadora, y ser conscientes que si cambias el modo en el que miras las cosas, las cosas que miras cambian también.
Nathalia Herrera Shiell
Directora de Lower School San Pedro