Dios en la relación de pareja

Al escribir a cerca de la presencia de Dios en nuestra historia de familia, en nuestro matrimonio, nos suscita un sentimiento de agradecimiento pues reconocemos con claridad que, a pesar de nuestras limitaciones e inconsistencias, la Providencia nos ha acompañado y sostiene desde que nos conocimos hasta hoy con 27 años de matrimonio.

Creer que el futuro se construye a base de vivir intensamente el presente, que se presenta como regalo tanto en circunstancias adversas y en las alegrías. Confiar en que pese a situaciones inesperadas no recibimos sino oportunidades de crecimiento y felicidad. Amar haciendo esto concreto en el ejercicio de la paternidad y maternidad. Es interesante el ejercicio de revisar la historia para pedir perdón por las faltas de generosidad sobre las circunstancias pasadas en cuyas ocasiones no vivimos fielmente aquellos “presentes”; allí dejamos a la misericordia de Dios todo aquello donde pudimos ser más fieles. Y es que el matrimonio es una vocación a la generosidad, donde la entrega cotidiana y concreta es signo inequívoco de su naturaleza.

Cuando nos casamos optamos por el salmo del Buen Pastor para nuestra Misa. Cada vez que entonamos este salmo en nuestros colegios, tan querido en especial en hitos tan importantes como esa primera vez que nuestros hijos reciben la Comunión, nos recuerda que pese a las vicisitudes nuestra felicidad está más en función de nuestra aproximación a la realidad y que nuestra vida, cada vez que respiramos, es sostenida por el Buen Pastor. Que cuando nos extraviamos –y suele ocurrir- tenemos nombre y apellido, reconocemos el camino de regreso, somos queridos de manera muy personal.

Socios minoritarios de una empresa cuyas acciones siempre están en alza. Es lo que somos en la sociedad de Dios, válido para nuestra vida personal, conyugal, en cuanto padres, y como no en tanto hijos cuando nos toca cuidar también de los padres. Y esas acciones, aunque reducidas, nos hace copartícipes de una realidad familiar que se hace única e irrepetible, don y tarea, y vaya que tenemos tareas… cual tejido que se observa en la parte posterior de una alfombra, esfuerzo bendecido cuyos frutos son posibles en su dimensión por la Gracia.

Después de estos 27 años damos gracias a Dios por lo vivido, nos damos cuenta que siempre está ahí sosteniéndonos, guiándonos, fortaleciéndonos haciendo de cada día un nuevo amanecer.

El Señor es mi Pastor nada me falta …

Familia Aguilar

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